Mis experiencias en la industria del aborto
Por la Dra. Noreen Johnson
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Como médico que estaba en proceso de hacer su residencia, yo acepté el entrenamiento para practicar abortos como parte de mi trabajo; sin siquiera cuestionar las consecuencias morales y éticas que implica el procedimiento, sino aceptando las opiniones de mis profesores. Yo era el producto típico de la sociedad en la que fui criada; ni mi hogar ni mi iglesia me habían enseñado fundamentos cristianos lo suficientemente profundos, como para que yo me diera cuenta de las implicaciones espirituales o el impacto potencial del aborto. Por lo tanto, ustedes pueden comprender cuán fácilmente fui engañada y caí en la mentira de creer que estaba ayudando a las mujeres, y de repetir con mucha facilidad la retórica proabortista de mis profesores.
Todo esto sucedió durante la era después de Roe vs Wade, fallo que legalizó el aborto en EE.UU. en los años setenta, cuando la teología de la liberación estaba en su apogeo, la cultura asociada con el movimiento "hippie" florecía, y un clamor a favor del amor libre, el sexo libre y la libertad individual, se oía fuertemente en los Estados Unidos y tenía repercusiones a través de todo el mundo. Organizaciones como la Paternidad Planificada (PP) y el movimiento feminista, llegaron a tener gran prominencia durante esta década, como respuesta al clamor de las mujeres y para hacerle frente a las necesidades de una sociedad que estaba en camino de destruirse a sí misma.
Me parece interesante cuando lo pienso actualmente, que el único médico residente entre mis colegas durante el entrenamiento (fuera de mí misma), que todavía conserva su matrimonio intacto y vive una vida familiar feliz, es Eloise, cuya voz todavía puedo oir diciendo: "Yo no consentiré en matar a esos bebés". ¿Qué les ha pasado al resto de mis colegas? La mayor parte están en su segundo, tercer o cuarto matrimonio, son padres solteros, han experimentado la pérdida de su derecho a practicar la medicina por ser adictos a las drogas, a prácticas sexuales o al alcohol.
Se me presentó la oportunidad de usar mi entrenamiento para introducirme en la industria del aborto en 1978, cuando para tener un dinero adicional, comencé a trabajar en clínicas de abortos de Los Angeles. El primer trabajo fue en el Feminist Women's Health Center, que era una organización dirigida por lesbianas, quienes estaban encantadas de tener como médico a una mujer sensible, para ayudarles a promover sus programas de odio contra los hombres. Muchas de las mujeres que acudieron a esta clínica eran muy vulnerables y fácil presas para seducirlas a una vida de lesbianismo, durante las sesiones de consejería.
Mi estadía en esta clínica fue por corto tiempo, porque muy pronto se me ofreció el puesto de médico director de otra clínica de abortos. Esto significaba practicar más abortos y ganar mucho más dinero. Además, como directora yo podía entrenar y colocar al que era mi prometido y ahora es mi esposo, y así poder conservar todo el dinero en la familia.Nosotros recibíamos un cincuenta por ciento del costo de cada aborto. En esos tiempos un aborto a los tres meses de embarazo costaba cerca de $100 (dólares), pagados en efectivo y por adelantado.O $150 si era costeado por un seguro privado. Por lo tanto, con un promedio de 30-40 abortos semanales, mi entrada anual llegaba a ser entre 70 y $80,000, solamente por los abortos. El pago de mi trabajo regular en el hospital era de $30,000. O sea, alrededor de $100,000 al año, para una doctora que todavía se estaba entrenando.
No caí en la cuenta sino hasta mucho más tarde, que la razón por la cual fui escogida para ocupar tan alta posición como médico director cuando aún no había terminado mi entrenamiento médico, era porque los médicos que ya habían terminado su entrenamiento tenían aprecio por su reputación dentro de la comunidad y con sus colegas, y porque se consideraba un estigma para un médico privado, el tener como renta principal la explotación de las mujeres a través del aborto. Los médicos que hacían esto no eran muy respetados y se les veía como deficientes en algo con respecto a sus credenciales médicas, o quedaban impedidos de algún modo, al no desear tener una relación natural con sus pacientes. En otras palabras, el médico que practicaba abortos era la escoria de la especialidad.
Voy a darles un ejemplo de uno de mis encuentros típicos de médico-paciente en la clínica de abortos. Usualmente yo no había conocido ni visto a la paciente antes de entrar este a la sala de abortos para comenzar el procedimiento. En realidad yo no quería ver a la paciente en absoluto. De hecho, yo solamente veía a la paciente como un número y sabía si estaba pagando en efectivo o por medio de un seguro privado. Yo evitaba presenciar las emociones humanas o femeninas de las mujeres, por temor a que eso avivara algo en mi espíritu y quizás socavara la insensibilidad a la cual había llegado. Por lo tanto, con la ayuda de mi asistente, yo silenciaba cualquier exploción de emociones de la paciente, regañándola por su falta de cooperación, lo cual era probablemente la única vez que le hablaba durante esta penosa experiencia. Al final del procedimiento salía del cuarto para ir a otra paciente, y la dejaba bajo el cuidado de mi asistente, quien en muchos casos no era siquiera enfermera y por lo tanto no estaba muy calificada para este trabajo. Tampoco yo volvería a ver a la paciente, quien sería luego enviada nuevamente a su ginecólogo para su examen postaborto. No había responsabilidad ni disponibilidad en lo absoluto por mi parte, para evaluar y tratar cualquier complicación que se presentara. Y estas complicaciones eran muchas, tanto físicas como psicológicas. Las físicas son probablemente mejor conocidas e incluyen hemorragias, infecciones, daños a la vejiga o al intestino seguido de cirugía mayor abdominal para repararlo, retención de tejidos, lo que requería repetir el procedimiento del aborto, esterilidad y finalmente histerectomía para tratar cualquiera de estas complicaciones.
Las complicaciones psicológias, sin embargo, han sido grandemente desestimadas, hasta el punto en que grupos proabortistas han rehusado reconocer la existencia del síndrome postaborto, que afecta a todas las mujeres en menor o mayor grado. La razón por la cual las complicaciones psicológicas tienden a desarrollarse es porque los abortos son más difíciles de lamentar debido a que es controversial hablar de ellos, posiblemente porque los medios de comunicación presentan el aborto como un suceso sin importancia, las mujeres creen que es anormal elentristecerse por el bebé que abortaron.
El conflicto psicológico puede intensificarse porque a menudo la presión para poner fin al embarazo, va en contra del deseo de la mujer de tener un hijo, y el conflicto también ocurre cuando ella se da cuenta de que ha contribuído a esa pérdida. Con la presión para que aborte al comienzo del embarazo, rara vez hay tiempo de pensar en cada uno de los aspectos que deben considerarse antes de poder hacer una decisión racional. Esto finalmente puede resultar en falta de autoestima y sus consecuencias, incluyendo la promiscuidad sexual y subsecuentes abortos, depresión crónica que puede llevar al suicidio, es la causa del 2% de las muertes debido al aborto, y enfermedades psicosomáticas tales como espamos del colon, colitis ulcerosa, úlceras estomacales, asma y artritis reumatoidea.
Mi experiencia en la industria del aborto llegó a su fin en la década de los 80, cuando generalmente se llevaban a cabo los abortos en el primero y segundo trimestre.La promoción del uso de tejidos de fetos abortados para investigaciones sobre la diabetis, las enfermedades de Parkinson y Alzheimer y otros problemas médicos, aminoraban la culpabilidad del abortero y servían para reclutar más personas y entidades en apoyo a la industria del aborto. ¡El tejido fetal podría servir como medicina!
Sin embargo, las investigaciones médicas que se llevaron a cabo con transplantes de tejidos, rápidamente demostraron que el mejor tejido para cualquier tipo de transplante es el que se obtiene y se conserva, mientras la sangre del donante todavía está circulando. Probablemente este fue el mayor incentivo para que se desarrollara la técnica de abortos por D y X o dilatación y extracción, la más inhumana matanza de niños por nacer, quienes con la actual tecnología serían viables. O sea, podrían sobrevivir fuera del útero materno. El ya mencionado procedimiento fue desarrollado supuestamente para investigaciones genéticas con fetos, a quienes se les descubrieron anormalidades y para ayudar a diagnosticar y tratar a la madre y prececir el posible riesgo para ella en futuros embarazos.
Aun tomando por sentado que el procedimiento fuera bien intencionado, y pasando por alto el horror de esta práctica, la técnica de abortos por el método D y X abre la posibilidad de que haya corrupción. El más horrible ejemplo de esto es el caso de la mujer que sale embarazada a propósito, continúa su embarazo hasta el segundo o tercer trimestre, y conspira con la clínica de abortos , la cual ha hecho negocio con un laboratorio que lleva a cabo investigaciones con tejidos fetales. ¿Puede Ud. Ver cómo se utilizan los impuestos de este modo?
Sí, los valores han cambiado y con ello hemos visto una degradación de nuestra sociedad y del mundo en general. Coincidiendo con la legalización del aborto en EE.UU. en 1972, después del fallo del Tribunal Supremo en el caso Roe vs Wade, hemos visto un aumento en el número de abortos hasta su promedio actual de 4,000 al día, junto con un aumento en los divorcios, los hogares de un solo padre, la promiscuidad de los adolescentes, la pornografía, el abuso sexual de niños y otras desviaciones sexuales, las enfermedades sexualmente transmitidas, y la aparición del SIDA como enfermedad heterosexual también.
A ustedes que viven aquí en Chile, y en otros países de Sur América cuya cultura se funda en la fe católica y en la firme convicción de la santidad de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural, les suplico que aprendan de los errores de la que fue una gran nación: Estados Unidos de Norteamérica. Ya este país no es grande, después del fallo Roe vs Wade del Tribunal Supremo que legalizó el aborto y de la blasfemia espiritual que prevalece, en un país donde hasta la libertad de palabra está amenazada por la prohibición de orar en las escuelas públicas, donde las escenas de Navidad que representan el nacimiento del niño Jesús están prohibidas en lugares públicos, y donde se necesita el permiso de los padres para darle una aspirina a una niña en la escuela pero ese permiso no se requiere para el aborto. Sí, vivimos en una sociedad esquizofrénica. Yo opino que la única razón por la cual no hemos experimentado toda la ira de Dios es debido al creciente número de cristianos de diferentes religiones, que se han unido en una causa común como hijos de Dios y han hecho lo que dicen las Escrituras: "Y si mi pueblo, el pueblo que lleva mi nombre, se humilla, ora, me busca y deja su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré sus pecados y devolveré la prosperidad a su país." (II Crónicas 7: 14.)
Yo doy gracias a Dios por haberme proporcionado la manera de que fuera perdonada, por medio del sacrificio de su hijo Jesucristo. Una vez que yo lo acepté como mi Salvador, las escamas del engaño con relación al aborto, cayeron de mis ojos y pude reconocer claramente las fuerzas espirituales que me tuvieron en esclavitud por tantos años. Una vez que estas fuerzas del mal fueron vencidas por mi verdadero compromiso de vivir una vida cristiana, yo pude ver claramente cuan vil es el pecado del aborto a los ojos de Dios, y cómo el aborto es la raíz de la destrucción de la fibra moral y espiritual del mundo de hoy. Debido a mi arrepentimiento y al haber dejado atrás el mundo del aborto, yo puedo estar delante de ustedes hoy como un testimonio vivo de lo que dicen las Escrituras : "Lo que el enemigo tenía para el mal, el Señor lo ha convertido en bien."
Nota: La Dra. Johnson y su esposo son ginecólogos y ambos practicaban abortos. Esta charla fue presentada en el Seminario Mujer, Familia y Sociedad llevado a cabo agosto 4 y 5 de 1995, en el Centro de Extensión de la Pontificia Universidad Católica de Chile en Santiago.
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