Parecía un día normal, en mi Mercadona de siempre, con las cajeras que me conocen de sobra a fuerza de verme por ahí día sí día no con mi peque en el carrito o con la mayor a la vuelta del colegio. En esta ocasión iba sola -por alguna extraña razón que no alcanzo a comprender-y estaba a punto de terminar mi compra cuando me acordé que no había cogido Leche Pascual para los desayunos y las meriendas de mis niñas.
Me dirigí al pasillo de la leche con paso rápido pero me quedé un poco chafada al comprobar que no había rastro de la leche que nos gusta por ningún lado. Miré en la estantería contigua, busqué cerca de las leches condensadas y las natas para cocinar... qué raro, no había nada. De hecho, no había más leche que la de la marca blanca propia de Mercadona. Me acerqué a la caja y le dije a la chica, "¿sabes si van a traer pronto la leche Pascual? Es que la otra no me gusta..."
La cajera, sin perder la sonrisa, levantó el auricular del telefonillo, susurró un par de palabras a su interlocutor y me dijo: "Por favor, quédese quieta en su sitio, con brazos y manos pegados al cuerpo. El señor Hacendado y la señorita Deliplus estarán encantados de responder a sus preguntas".
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