Hace poco, con motivo de una investigación en la región de Bni Meskine, 250 kilómetros al sudeste de Casablanca, me sentí desarmada, inútil y sin saber qué hacer ante la crueldad de un auténtico mercado de esclavas. Por primera vez en mi vida había recurrido al engaño. La estratagema era: Sanaa, una de mis alumnas, quiere casar a sus dos hermanos con criaturas de 13 a 14 años. Por mi parte, ando buscando esposa para mi tío viudo septuagenario. Mi objetivo era probar que ese mercado existe, y que, en el campo, los padres no respetan la ley sobre la edad mínima de las mujeres para el matrimonio, que es de 15 años.
En esta región, los smasrya (representantes), que son los que abastecen las ciudades de mano de obra infantil, se encargan también de buscar muchachas casaderas. La misma historia se repite de una casa a otra. Algunas escenas.
Nos reciben tres mujeres, tres generaciones: el ama de casa, su nuera y su nieta de 14 años. Ésta se desvive por atendernos, limpia la mesa, coloca nuestros zapatos en su sitio, sacude los almohadones. Observo a la muchacha, una belleza que apenas despunta, un cuerpo cargado de promesas. ¿Está dispuesto su padre a casarla sin certificado de boda? Sí, casó a la mayor con 14 años. Las chicas no tienen nada que hacer. En cuanto llega su zmane (destino), se las casa. Luego nos recibe el tío paterno: Les daré 15 muchachas, si quieren. Están educadas, no levantan la vista del suelo, no hablan y son capaces de aguantar lo que sea sin quejarse.
Otro hogar: nos recibe el ama de casa, en su séptimo embarazo. Elijan la que les guste. Han tenido la misma educación. No paran de trabajar. Nunca salen. Quedan encintas la misma noche de bodas. Todas nuestras chicas han dado a luz en el primer año.
Siento deseos de gritar al pensar que serán desposadas, brutalmente desfloradas y asqueadas de una sexualidad que les habrá sido impuesta. Los hombres vigilan a las hijas. Su honor masculino pasa por el control del cuerpo femenino. Las mujeres mantienen la tradición reprimiendo su propio cuerpo. Esta sexualidad debe canalizarse casándolas núbiles o apenas púberes. Estos dramas son el pan nuestro de cada día en un mundo rural pobre, enclavado, donde nueve mujeres de cada diez son analfabetas.
Las encuestas realizadas en Casablanca revelan que la pubertad es también mal vivida en medio urbano. La muchacha recibe del entorno femenino una educación sexual a base de prohibiciones. Su cuerpo es un peligro. Sus órganos sexuales, frágiles, no le pertenecen. Pueden contribuir a su perdición y la de su familia. De modo que hay que ahogar las pulsiones. Mi madre controlaba todos mis movimientos, yo no podía saltar ni abrir las piernas, para preservar mi virginidad. Mi sexo me horrorizaba, afirma una joven.
Hasta no hace mucho era frecuente que las muchachas fueran sorprendidas por una hemorragia cuyo origen ignoraban, aunque las generaciones actuales están mejor informadas. Pero la angustia persiste, y la adolescente vive en conflicto con su cuerpo. La sangre menstrual es impura y vergonzosa, hay que ocultarla. Me he enterado de que es haram (pecado) que se vea la sangre, porque Dios castiga severamente La menstruación provoca un sentimiento de rechazo del cuerpo, de repulsión.