Un artículo del Dr. Estivill y de Montserrat Doménech, psicóloga y pedagoga, presidenta de la Fundación Projecte Aura y co-autora del libro "¡A COMER!", junto con el Dr. Eduard Estivill.
El método
Este método puede utilizarse en cualquier edad del niño a partir de los seis meses, es decir, desde que empieza a tomar sus primeras papillas. Aquí os presentaré un caso práctico donde describiré las pautas para lograr que el niño interiorice un hábito correcto de comer en, aproximadamente, una o dos semanas. Podemos empezar a aplicarlo en cualquier momento del día, pero aquí lo he iniciado en la comida.
Primer día, la comida
Llegó la hora de comer y nuestra misión, que justo empezamos hoy, es que Juan, que tiene dos añitos, se inicie correctamente en el hábito de comer. Lo primero que hacemos es sentarlo en su sillita. Frente a él tiene ya preparado el plato con la comida. Siguiendo las instrucciones del pediatra, papá, mamá o la persona que lo cuida han decidido qué van a darle para comer. Y recordad: no importa quién esté acompañándolo durante la comida y enseñándole a comer, siempre y cuando todos lo hagan de la misma manera. Ya mientras va sentándole en la sillita, el conductor le explica a Juan qué es lo que tiene preparado para comer y le anuncia lo bueno que está. Por ejemplo, hoy mamá le ha hecho un exquisito plato con algunas verduras cortadas a trocitos, media pechuga de pollo y una montañita de arroz. Todo esto cabe en un plato pequeño y será suficiente para calmar su hambre. No es necesario ponerle grandes cantidades. Si os fijáis en la barriguita de Juan, os podréis imaginar el tamaño de su estómago. Es una buena guía para tener idea de la cantidad de alimento que puede ingerir.
Cuando ya tenemos a Juan sentado en su sillita, nos colocamos a su lado para ayudarle a comer todo lo que le hemos preparado. Ahora es cuando pueden pasar dos cosas: que Juan se lo coma todo sin ningún problema (con lo cual, los padres de Juan ya podrían regalar este libro a otros padres a quienes pudiera serles más útil) o puede que, de entrada, rechace el alimento. Bien, pongámonos en la peor de las dos situaciones: el niño rechaza la comida. ¿Qué hacemos? En cierto modo, en cuanto nos sentamos al lado de un niño para acompañarle mientras come, debemos hacernos a la idea de que, a partir de ese momento, nos hemos vuelto sordos y ciegos. Sin abandonar nuestra actitud serena, suave y llena de afecto, llenamos el tenedor o la cuchara y le ayudamos a que lo introduzca bien en la boca.
Si el niño rechaza la comida de nuevo, volvemos a intentarlo de nuevo, y sin alarmarnos ni ponernos tensos. Nuestras maneras dulces de reconducir la operación le están diciendo al pequeño que no ha pasado nada, que vamos a probar de nuevo y que todos seguimos tan contentos. Mantendremos esta actitud durante 3 minutos, aunque el niño escupa y rechace la comida. Y en ningún momento, perderemos la calma. Pasados los 3 minutos, le retiramos el plato como si hubiera comido perfectamente aunque no haya probado bocado. Y acto seguido, le limpiamos la boca con el babero, lo sacamos de su sillita y nos comportamos como si realmente la hora de la comida hubiera terminado.
Durante los próximos 3 minutos nos concentramos en otros quehaceres. Insisto: es importantísimo que mantengamos la compostura, como si nada hubiera pasado, como si realmente el niño se hubiera terminado todo el plato. Estos 3 minutos nos servirán para que el niño se olvide de la comida y se distraiga. Después de esos 3 minutos de olvido, reanudamos el ritual de la comida. Seguimos fingiendo que antes no ha pasado nada. Nuestra actitud es alegre y positiva, sin hacer caso de la actitud previa del niño y, aún más, de lo que pueda él estar deduciendo ahora acerca de nuestro reintento. Procedemos a repetir los mismos actos. Es decir, le ayudamos a sentarse en la sillita, le colocamos el babero, le ponemos delante el plato y acompañamos ese viaje del tenedor o la cuchara desde el plato hasta su boca. Transmitiendo seguridad siempre y en todo momento. Y calma, y paciencia.
Recordad: nosotros somos los buenos maestros y él, el alumno que está aprendiendo a comer. Esta vez dedicaremos 4 minutos a nuestro empeño. Por supuesto, podemos toparnos con dos posibilidades. Una, que empiece a comer bien, con lo cual se da por finalizado esta práctica hasta la siguiente comida. No importa que sobrepase el tiempo que teníamos previsto, lo que cuenta es que ya está comiendo con regularidad. Pero también puede ocurrir que siga negándose a comer o que abra la boca, sí, pero a regañadientes y sin apenas tragar alimentos. Si es éste el caso, seguiremos intentando ayudarle a comer durante 4 minutos. Y siempre sin perder la sonrisa ni la serenidad. Pasados los 4 minutos, le retiramos el plato y le sacamos de su sillita como si hubiera comido bien, y nosotros nos ponemos a hacer otras cosas durante los próximos 4 minutos. ¡Como si no hubiera pasado nada! Y, transcurridos esos 4 minutos de olvido, reanudamos toda la operación desde el principio, una vez más y como si fuera la primera. Sí, volvemos a poner el plato en la mesa, le sentamos de nuevo en su sillita y, mientras le colocamos el babero, le decimos Vamos a comer esto que está tan rico. Y empezamos a ayudarle con el tenedor o la cuchara. En este tercer intento mantendremos la acción durante 5 minutos. Nuestra actitud seguirá siendo tranquila, sonriente y positiva, aunque por dentro nos esté corroyendo el malestar y estemos hartos y deseosos de que el niño empiece a comer, que interiorice por sí solo lo que queremos que haga.
Es importante que el niño no perciba estas emociones negativas nuestras en ningún momento del proceso de aprendizaje. Si se da cuenta de que su rechazo a la comida llama nuestra atención, nos preocupa o provoca en nosotros un cambio de actitud, ¡estamos perdidos! Por eso, pase lo que pase, en ningún momento debemos perder esa actitud de confianza y seguridad en lo que estamos haciendo. Cuando hayan pasado 5 minutos, se da por finalizada la comida. No importa la cantidad que haya comido el niño. Ya no habrá más intentos y tendrá que esperar hasta la siguiente hora, que será su merienda. Si de verdad no ha comido nada, no tenemos que preocuparnos. El cuerpo está preparado para resistir largos ayunos, y recordad que un niño pasa once o doce horas sin comer durante la noche ¡y no ocurre nada! Hay mucho tiempo por delante hasta que se le agoten los recursos energéticos, y seguro que vuestro hijo no llegará jamás a ese extremo.
Si seguís estas directrices al pie de la letra, en una semana el asunto está resuelto. Eso sí: hasta la hora de la merienda no podremos darle nada de comer, aunque él lo pida desesperadamente. Tenemos que armarnos de paciencia para poder transmitírsela también al pequeño, pues ¡hasta la hora de la merienda, nada!
La merienda
La cena
El desayuno
espero que os sirve este artículo