Creo que despues de leer esto no hay escusas¡
Los relatos potencian la imaginación y afectividad de los niños, a pesar de ello, la costumbre de contar historias a los más pequeños apenas perdura en algunos hogares.
Todavía las palabras Érase una vez... provocan efectos mágicos. Sin efectos especiales proyectados en una pantalla gigante. Sin imágenes animadas con las más modernas tecnologías. Sólo con la palabra y su misterioso hechizo, el cuento oral ejerce un poderoso y gratificante influjo sobre quien lo escucha, especialmente si se trata de un niño.
De las pérdidas que acarrean la vida moderna y sus prisas, una de las más dolorosas es la del hábito de contar cuentos a los niños. La costumbre de narrar historias a los más pequeños apenas perdura en algunos hogares, ha sido delegada a la televisión, a los profesores de guardería o a los cuentacuentos profesionales. No me doy maña para eso, Apenas me queda tiempo, Qué les voy a contar yo que no lo puedan oír mejor por otros medios, se dicen muchos padres y madres que han renunciado a hacerlo.
No es bueno infravalorarse. El valor de la narración oral no reside tanto en la originalidad de los argumentos ni en la habilidad recitativa del narrador. El niño que oye cuentos de boca de sus padres o de sus madres participa, por encima de todo, de una comunicación afectiva con sus seres de referencia.
El niño siente que le dedican un tiempo especial a él solo o junto con sus hermanos, y que en ese instante le están haciendo el regalo de su voz y su pensamiento. Por un rato quedan abolidas las órdenes, los consejos, los cuidados materiales que comporta el papel de padres.
Con independencia de su calidad literaria, el cuento se convierte en un puente maravilloso de comunicación en la complicidad de lo inusitado, de lo distinto, entre unos adultos que se convierten en niños y unos niños que perciben cómo el adulto, a veces tan lejano, penetra en su mundo personal.
Los elementos de repetición (palabras, objetos) dan consistencia al cuento en tanto que aportan anclajes para que el receptor no pierda el hilo de la historia, aparte de ser muy del gusto de los oyentes
A cada edad su cuento
Está comprobado que los cuentos favorecen la adquisición del lenguaje, infunden confianza en los propios recursos, despiertan curiosidad por el aprendizaje de cosas nuevas y liberan la imaginación y la afectividad del niño. El hecho de verse acompañados en sus fantasías por los padres les aporta seguridad; por eso no hay que temer a las historias de miedo ni a aquéllas que plantean conflictos de cierta crudeza. Por supuesto, cada edad tiene sus límites. Los padres atentos se percatan enseguida de cuándo un relato sobrepasa las capacidades del niño y cuándo se adecua a sus gustos e intereses.
Son preferibles, no obstante, los cuentos que se abran a universos imaginativos donde ocurran hechos singulares. La lógica del relato no ha de estar en su sujeción a la realidad, sino en su coherencia interna: por ejemplo, si el protagonista persigue una meta, el final debe mostrar que la alcanza. Los elementos de repetición (palabras, objetos) dan consistencia al cuento en tanto que aportan anclajes para que el receptor no pierda el hilo de la historia, aparte de ser muy del gusto de los oyentes. Todo buen relato ha de llevar, asimismo, cierta carga de aventura en el sentido de desafío, sin que eso signifique que haya de discurrir en el espacio intergaláctico o presentarse erizado de obstáculos descomunales: basta con que coloque a los personajes frente a situaciones problemáticas.
A partir de ahí, la técnica del relato oral queda enriquecida si se acompaña de gestos, cambios de voces y de entonación, pausas suspensivas y otros elementos extralingüísticos. Son muy eficaces las preguntas al oyente en un momento dado, pues lo involucran más en la historia. Pero todo ello sin teatralizar excesivamente un proceso que debe estar presidido por el poder de la palabra.
Besos Montse.