Aquí estoy otra vez, chupando de internetes ajenos para relataros mi parto. El caso es que de mami de octubre, he pasado a ser mami de septiembre así como si nada. El jueves día 24 tenía consulta con la gine, y me dijo que mi bebé seguía bajo de peso. Así que para curarse en salud, me mandó a maternidad del hospital, a alto riesgo, para que me hicieran una doppler, a ver si se concretaba qué problema tenía. Inmediatamente después de la eco, me dice el gine de allí nada menos que tengo que ingresar esa misma tarde para inducirme el parto al día siguiente, ya que por lo visto, el bebé no iba a crecer mucho más en los días que me quedaban de gestación. Y así, con las bragas a rastras por el susto, y casi sin tiempo ni para ponerme nerviosa, ingresé esa tarde, y me hicieron un test basal. Al día siguiente, a las siete de la mañana, rasuramiento y enema al canto. Me bajaron directamente a dilatación, me pusieron tres goteros, un brazalete para la tensión y una pinza para el pulso en el dedo. Y luego me metieron como un gel pastoso por ahí mismo, que por lo visto servía para provocar contracciones. Y vaya si las provocó, qué dolor, por Dios, y encima sin nada dilatado. Firmé los papeles de la epidural (hubiera firmado mi eutanasia), y me hicieron un par de tactos que casi le pego una patada en la cara a la matrona, de lo que dolían. Pero cuando me pusieron la epidural por fín, a las cuatro o cinco horas de empezar, chicas, me quedé literalmente frita. El dolor acobarda mucho, pero me quedé tan relajada y aliviada, que me creí capaz de parir un elefante. A las siete de la tarde es cuando se puede decir que empezó mi parto, pues ya tenía dilatados tres centímetros (a todo esto, yo dormida como un tronco, no sentía nada, pero nada, nada), así que si haceis cuentas, ya llevaba doce horas. A las nueve ya llevaba seis centímetros, y a las doce y media de la noche, completé la dilatación. Pero el bebé seguía muy arriba, y yo suplicaba que me dejaran caminar, para que el bebé bajara (ay, Ziortza, como me acordaba de tí), pero nones, que el monitor no era movil, así que ajo y agua. No sé cómo ... esperaban que bajara, si llevaba dieciocho horas boca arriba, sin moverme, como una momia. Por fin, vino una matrona que me dijo, a las dos de la madrugada, que íbamos a hacer una prueba de parto, o sea, que a ver si me podía librar de la cesárea, porque el bebé no había bajado. Pero que tenía que empujar como una fiera. Y eso hice, por la cuenta que me traía. Al final fueron tres o cuatro empujones, la matrona se me echó encima para ayudarme, y al fin salió Daniel, con ventosa. Así que cuando ví a mi cachorro, y lo oí llorar, esta menda no tenía consuelo, vaya lloros me pegué. Pesó 2,320 grs., y estaba, por lo demás, perfecto. También llevo seis puntos engorrosísimos, pero os juro que todo eso se olvida, vamos, que ahora mismo hipotecaba mi casa por volver a ver a mi niño salir. Ahora ya estamos mucho mejor, los puntos me duelen menos y Daniel va engordando poco a poco. Me acuerdo mucho de mis amigas chateras, estoy deseando meterme alguna mañana de éstas, a ver a quién le mango el ordenador. Os quiero muchísimo a todas. Un abrazo. Alma.